lunes, 27 de junio de 2011

Sobre el difícil manejo de las infidelidades en la nueva era

Cuando C le contó a N que, después de haber sido víctima de una sarta de mentiras, se había sentido en todo el derecho de rebuscar en el correo electrónico de su ex más respuestas a miles de preguntas sin responder, N confesó a C haber aprovechado la más mínima ocasión para leer los mensajes de texto que su antiguo amante intercambiaba con su ex mujer.
Unos meses más tarde, justo unas semanas después de que hubieran despedido a C por un chat que F se dejó abierto en el que ambas criticaban sus pésimas condiciones laborales, M escribió a C contándole lo traicionada que se había sentido cuando, casualmente, había encontrado una comprometida conversación privada entre su actual pareja y su ex novia. Leyendo el mensaje, a C se le vino a la cabeza el matrimonio P, que se rompió tan sólo diez días después de la celebración a causa de una situación prácticamente idéntica.
Mientras S escuchaba a C hablar sobre todas estas rocambolescas historias, abrió su laptop con la esperanza de que el novio al que había dejado hacía unos meses no hubiera cambiado la contraseña de su Facebook y así poder descubrir por quién había sido sustituida, pero él ya la había modificado y el sentimiento de frustración de S al ver vetado el acceso a su intimidad fue mucho más fuerte que los remordimientos de conciencia por haberlo intentado.
Entre tanto, C recordaba con cierta autocompasión cómo se le cortaba la circulación por unos segundos cada vez que las actualizaciones de su red social le escupían en la cara un nuevo contacto de sexo femenino de su último amante y pensaba en que, probablemente, su ex debía de tener una extraña sensación cada vez que ella publicaba una fotografía de un nuevo torso masculino desnudo en su blog, del que era un fiel seguidor.

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