martes, 7 de junio de 2011

Direcciones opuestas

Hacía meses que no se veían. Casi había conseguido olvidarle cuando un día esperando el Subte subió la vista del suelo y le vio en el andén de enfrente. La miraba y sonreía. Ella enrojeció. Mucho más aún cuando se dio cuenta de que se había puesto colorada.
Se quedaron mirándose con cara de idiotas. Pensó en hablarle pero le pareció ridículo, la distancia era demasiado grande, todo el mundo les oiría, ni tan sólo sabía qué decirle. Él hizo un amago de decirle algo, pero también debió de parecerle ridículo porque cerró la boca y siguió mirándola.
 Atravesar las vías era una locura, ir a su encuentro aún más. Así que continuaron mirándose como idiotas hasta que llegaron, uno por cada lado, en direcciones opuestas, sus trenes. Dudó unos instantes, pero finalmente subió. Si no, llegaría tarde al trabajo.
Sólo cuando el tren arrancó recordó que pocos días después de la despedida había borrado su número de teléfono, su correo electrónico, todo. Y se moría por volver a verle.

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