domingo, 18 de septiembre de 2011

Las rubias de Kiarostami

Son cinco, todas rubias (de diferentes tonalidades), divinas, cerca de los cincuenta. Sin lugar a dudas, han ido a la peluquería para la ocasión.
Cuando las veo llegar pienso que son clientas del elegante hotel en cuya planta baja está una sala de proyección de cine independiente.
Pero no. Se dirigen hacia la mesita donde se venden las entradas. Una de ellas saluda efusivamente al cajero y bromea sobre un descuentito por haber traído a sus amigas.
¿Quiere dárselas de interesante delante de sus amigas en su reunión anual? ¿Conoce al cajero desde hace poco y pretende seducirle? No tengo ni idea, lo único que sé es que su animada conversación sobre el solárium y el gimnasio resulta francamente desentonada en una fila que espera ansiosa a ver la última película de un director iraní. Mientras hablan se miran disimuladamente de arriba abajo discretamente, buscando en las otras una arruga más, un kilito que sobre, calibrando la calidad de su ropa y su calzado, el posible coste de su peluquero, envidiándola secretamente por haber encontrado un mejor partido que ella. En un momento una de ellas profiere una frase reveladora “Yo voy a clase de spinning, no me voy a quedar en casa llorando”.
Entramos a la sala. Van derechas a las primeras filas. Extraño. Pero, como era de esperar, pronto alguna de ellas dice que no vayan tan cerca de la pantalla (no vaya a parecer que están en un cine y no delante de su televisor de plasma en casa).
Me siento y las oigo cotorrear y reír animadamente. Pienso esperanzada: quizás haya un antes y un después para estas mujeres con esta película. Quizás su evidente frivolidad se vea ligeramente trastocada.
Imposible olvidarse de ellas durante la proyección. Sus incomprensibles risotadas y sus comentarios constantes inundan de vez en cuando la sala.
Cuando me levanto no puedo evitar mirarlas una por una, para comprobar si hay en sus caras una señal, algo que evidencie el esperado cambio.
Una de ellas duerme plácidamente tapada con su chaqueta (he de admitir que los sillones eran demasiado cómodos para un cine). El resto parlotea animadamente alrededor de la rubia durmiente.
No ha ocurrido nada. Salgo decepcionada de la sala.

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