sábado, 29 de enero de 2011

Boicot electrónico

No le dio demasiada importancia al hecho de que en el supermercado aquel día las puertas automáticas no se abrieran cuando él se acercó. Los que estaban dentro miraron incrédulos pero no movieron un músculo, así que sólo pudo entrar cuando alguien salió. Pero este tipo de sucesos poco a poco empezó a ser normal en su existencia, le preocupaban pero no lo comentó con nadie temiendo la incomprensión: las luces automáticas del baño del bar donde solía tomar café nunca se encendían cuando él entraba, pero sí cuando, al salir a tientas, entraba otra persona; la báscula no pasaba del 0 cuando fue a pesarse a la farmacia preocupado por su evidente bajada de peso;  ni tan solo cuando tuvo que renovar su documentación la máquina de huellas dactilares detectaba las irrepetibles marcas.  Parecía como si  la electrónica se hubiera empeñado en negarle.
Su teléfono cada vez recibía menos llamadas y al cabo de un tiempo dejó de sonar definitivamente. Sus correos dejaron de ser contestados, primero fueron sus clientes, más tarde sus amigos. Cuando al cabo de una semana ni tan solo H. le contestó, se dio por vencido.
Y llegó un día en que ni tan solo el teclado respondía a sus órdenes.

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