jueves, 9 de febrero de 2012

La penúltima despedida

Hay una estrechísima línea roja, casi invisible, que separa las despedidas a tiempo de las que se hacen a destiempo, las debidas de las indebidas, las adelantadas de las retrasadas. A veces vemos por última vez a alguien y le decimos adiós alegremente, como si le fuéramos a ver pasado mañana y, sin embargo, eso nunca vuelve a ocurrir. El dramatismo del momento no lo vemos sino en la distancia, es entonces cuando somos conscientes de aquella lluvia melancólica, del andén casi vacío, de la canción que sin saber por qué nos maltrató durante todo el día, de aquella dulce inconsciencia. Otras veces, nos pasamos despidiéndonos casi desde que nos conocemos, pero la separación nunca llega a ocurrir. Pero las peores, sin duda, son aquellas despedidas en las que uno siente que la penúltima –aquella en la que nos abrazamos tiernamente- debería de haber sido la última y dejan un regusto amargo en la boca.

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