lunes, 4 de julio de 2011

Gofio

Gofio regala poemas y recuerdos en el Parque Lezama.
Aquel banco, este otro, al lado de aquella palmera… esas fueron sus camas. Su techo, las estrellas.
Con su sonrisa desdentada, Gofio es capaz, en solo unos minutos, de espantar a los fantasmas del parque que se empeñan en nublarte la vista con los recuerdos de aquel día que ahora parece tan lejano. Se ríe de las cucarachas que devoraron los cables del televisor del cuarto de aperos donde ahora vive. Promete cocinar para ti un pollo en salsa la próxima vez que vayas a verle.
A Gofio no le importa el futuro, también dice serle indiferente el pasado que, sin embargo, es  su única pertenencia. Habla del amor como un adolescente, como si hubiera olvidado lo que significaron más de treinta años de convivencia.
Gofio, siempre un caballero, te acompaña a la puerta de su casa, que no es otra que los confines del parque. Su enorme corpachón se despide con un cálido abrazo para que resulte imposible no prometerle otra visita.

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