domingo, 10 de julio de 2011

Cineclub Mon Amour



Carlos Calvo y Perú, es toda la referencia que tengo, pero en las cuatro esquinas de la confluencia de esas dos calles no hay nada que se le parezca a un cine-club. Comienzo a preguntar en todos los bares de la zona. Nadie ha oído hablar del lugar que busco.
Me cruzo con una mujer de unos cuarenta, con aire intelectual (como casi todas las porteñas de esa edad), y la abordo. Me dice que sí, que sabe dónde está, a mitad de cuadra, pero si me espero un momentito me dice la dirección exacta. Saca su Blackberry del bolso y lo consulta. Es en el 650.
Nada más darle las gracias mi memoria de pez borra el número automáticamente y comienzo a caminar en la dirección indicada. Ningún cartel en toda la calle que lo anuncie. Vuelvo a preguntar, esta vez  en una heladería. Resulta ser justo enfrente.
En la puerta de una casa pintada en rojo hay cuatro personas que podrían estar formando una cola. Pregunto y me confirman que están esperando a que abran.  
Un cuarto de hora después del supuesto comienzo de la proyección, cuando ya somos alrededor de 15 personas en la fila, un hombre de pelo blanco y cara afable abre la puerta y nos recibe como si fuéramos sus invitados a una cena privada.
Mientras esperamos en el pasillo de la entrada las luces se van apagando a cada rato, como en cualquier portal de un edificio cualquiera, pero nuestro anfitrión se pega al botón y no deja que pasemos ni cinco segundos a oscuras.
Entramos en la sala, que no tiene más de 20 butacas y el hombre de cara afable presenta la película. Resulta una auténtica enciclopedia del cine. No se le escapa hacer referencia a un solo actor, ni a ninguno de los cinco guionistas, ni a las mil referencias a otras películas que le sugiere.
Acaba la proyección y la gente aplaude, como niños en el circo. Nadie se levanta. Doy por hecho de que se trata de la típica pose de los cinéfilos de aguantar sentado hasta la última letra de los títulos de crédito, ya sean en latino, griego, árabe o cirílico.
El hombre de cara afable vuelve a la sala, se apoya contra la pared y empieza a bombardearnos con preguntas sobre la película. Al principio los espectadores se muestran tímidos pero poco a poco se genera un pequeño debate donde prácticamente la totalidad de los que están ahí sentados acaban hablando sobre todo tipo de temas, cada vez más alejados del argumento de la película.
El hombre de pelo blanco y cara afable, cuando el debate ya se ha ido un poco de madre, nos da las gracias por la asistencia y nos acompaña hasta la puerta, donde nos despide, uno a uno.

Desde que me puse a hacer fila en la puerta de la casa roja hasta casi una hora después de salir a través de ella tengo los pelos de punta.
Estoy casi segura de que sólo aquí pueden existir lugares como este. 
Buenos Aires, definitivamente, te adoro. Si fueras hombre tiraría por tierra todo mi discurso anti-matrimonio y me casaría contigo.

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